Opinión

Amador G. Ayora: El Banco de España, el pan y las tortas

Lo dijimos aquí hace unas semanas. El Banco de España tenía en el punto de mira a Caixa Galicia y CajaSur. La primera se fusionó manu militari con Caixanova y la segunda rompió su acuerdo con Unicaja, por lo que fue directamente intervenida.

La pregunta que ronda en el aire es por qué hubo que esperar nueve meses para la toma del control de CajaSur. El presidente de la entidad de la Iglesia católica, Santiago Gómez Sierra, actuó de manera desleal. El viernes 21 de mayo, a las cuatro de la tarde, se despidió de Braulio Medel, jefe de la caja malagueña, con un apretón de manos y un pacto para que antes de las ocho de la tarde los consejos de las dos entidades consagraran su unión.

Unicaja cumplió y dio su sí minutos antes de que se cumpliera la hora establecida, pero la caja de la Iglesia se descolgó con un no dos horas más tarde de lo prometido.

CajaSur atesora un rosario de desentendimientos con la Junta de Andalucía, que presionó al gobernador, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, para que la fusión fuera con la malagueña Unicaja en lugar de con Caja Murcia, bajo la presidencia del sagaz Carlos Egea.

Los directivos de Unicaja hicieron lo imposible por unir las dos entidades. El propio Braulio Medel se implicó en la recta final de la negociación laboral que, al final, sirvió de excusa para la ruptura. Gómez Sierra zanjó esa noche el asunto con un "no me fío de Braulio", y mandó todo al garete.

Es el precio a pagar por el gobernador por forzar un acuerdo en contra de la voluntad de una de las partes. Lo mismo ha hecho con Caixa Galicia y Caixanova. El presidente de esta última, Julio Fernández Gayoso, era proclive a unirse a Cajastur, pero tuvo que dar su brazo a torcer. El presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, movió los hilos con Mariano Rajoy para que hiciera llegar sus peticiones al Palacio de la Moncloa. La misma historia que ha primado en las fusiones de las cajas catalanas. Caixa Catalunya tuvo que casarse con Tarragona y Manresa, mientras La Caixa tendrá que absorber a Girona porque el presidente de la Generalitat, José Montilla, no quiere que las cajas catalanas salgan de la órbita de la comunidad autónoma, y menos en vísperas electorales. Caixa Penedés y Laietana han estado solteras hasta el último momento por la resistencia a unirse entre ellas.

La obra culmen de esta política de fusiones descabellada es la de Caja de Ahorros del Mediterráneo (CAM) con Cajastur. Rodrigo Rato, desde Caja Madrid, no veía la hora de lograr un acuerdo, pero al presidente valenciano, Francisco Camps, no le gustó que en una boda así la entidad valenciana quedara diluida. Rato se ha tenido que conformar con las cajas más pequeñas que habían quedado desparejadas. Su colaboración ha sido clave para completar el puzzle propuesto por el gobernador.

La estrella indiscutible de esta reordenación es Cajastur, que ha pasado de ocupar un puesto insignificante en el ranking del sector a auparse con la tercera posición.

Todo comenzó un buen día en el que el presidente de la caja asturiana, Manuel Menéndez, reunió por lo visto a sus directivos y les propuso de sopetón: "Qué os parece si estudiamos las posibilidades de absorber a otras cajas". Éstos le miraron con cara de incredulidad, pensando seguramente que ya tenían bastante con defenderse ellos.

Está por ver qué pasa con CCM, a la que Menéndez quiere convertir en banco. En el Banco de España temen que la ambición de la presidenta del PP en Castilla-La Man- cha, María Dolores de Cospedal, dé al traste con la operación. Un cabo suelto que trae de cabeza.

Otro presidente arrojado es el de Caja Navarra, Enrique Goñi, quien otro buen día se presentó en el Banco de España y le reprochó al gobernador que no hubiera pensado en un mecanismo para unir entidades financieras sin problemas. A partir de ahí nació su proyecto de Banca Cívica basado en las SIP o fusiones frías, copiadas de Francia.

Es la hora de echar cuentas. El mapa se ha cerrado con fusiones en falso, carentes en ocasiones de sinergias y muy caras. Es como hacer un pan con unas tortas.

Amador G. Ayora, director de elEconomista.

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