La derrota de Felipe González en marzo de 1996, a manos de José María Aznar, apartó de la política activa al que, para muchos, ha sido uno de los líderes más carismáticos que ha tenido la democracia. "Una de mis cualidades ha sido saber irme. Hay que ser consciente de cuándo somos parte del problema más que de la solución", dice el ex presidente del Gobierno en una entrevista que hoy publica elEconomista. La cintura de manager de González está demostrada, después de 14 años como presidente del Gobierno, un puesto similar al de consejero delegado y jefe de recursos humanos de una compañía de 40 millones de empleados, y 25 años como secretario general del Partido Socialista. Lo que no menciona González es que su salida del gobierno de la nación fue de todo menos voluntaria y que la empresa quedó en una mala posición de mercado. Fallaron -valga el símil de gestión- el producto y la estrategia de marketing para hacerlo llegar al cliente. O, dicho de otro modo, sus clientes políticos no le perdonaron los escándalos de corrupción que salpicaron la esfera pública, el estallido del GAL, las cifras de paro -que llegaron a superar el 25 por ciento- o la mala situación de las cuentas de la Seguridad Social. Los análisis de González siguen interesando, como cuando señala el peligro del empresario metido a político. "Es el caso del amigo Berlusconi, que cree que el Consejo de Ministros es el consejo de administración de sus empresas o que la asamblea de accionistas es igual que el Parlamento. Eso produce errores dramáticos". Claro que González obvia en la entrevista su afán por el intervencionismo, que ha heredado Zapatero como discípulo aventajado.