R enfe, libros y autobuses responden a tres actividades abrigadas de la competencia en el mercado. Asimismo, operan beneficiadas por privilegios, subvenciones y/o subsidios cruzados. Una situación que debe ser objeto de liberalización. Muchos son los argumentos esgrimidos para seguir con la situación actual, pero lo cierto es que cuando los mercados tradicionalmente monopolizados -como las telecomunicaciones o el transporte aéreo, por ejemplo- sintieron la incómoda presión de la competencia, sus precios se ajustaron a las condiciones de mercado y las características de la oferta mejoraron sensiblemente. Todo ello a cambio, claro está, de terminar con la "vida tranquila del monopolista" que diría el Premio Nobel de Economía, George Stigler. Y, no menos importante, en beneficio de los consumidores. Ahora le toca el turno a Renfe, y, en concreto, al AVE. Ante la amenaza de la competencia gracias a una incipiente liberalización, el primer anticipo ha sido reducir el precio de los billetes porque, como sostiene la teoría económica, por regla general, cuando bajan los precios la demanda tiende a aumentar. Y esto es, justamente, lo que ha sucedido. La reducción de los precios mediante diferentes tipos de descuentos se ha traducido en un incremento de la demanda del 23,5 por ciento en un año, en un incremento de la ocupación media del 12,3 por ciento y en un incremento de los ingresos del 7 por ciento. Algo podría parecer obvio para cualquiera que tenga unos conocimientos mínimos de análisis económico. Pero no se trata solo de reducir los precios. Las modificaciones en las condiciones de la oferta para adaptarse mejor a los gustos de los consumidores también tienen efectos positivos sobre la demanda. Nuevos bonos y tarjetas, vagones "silenciosos", enchufes para los artefactos portátiles, rutas combinadas, Wi-Fi y todo lo que se les ocurra contribuirá a ajustar la oferta a las características de la demanda , aumentando esta. Por ejemplo, menos licor y mejor comida. Sentado que una reducción de precios y un ajuste de la oferta a las características de la demanda contribuyen a aumentar la cifra de negocios de las empresas y la satisfacción de los consumidores no se entiende por qué otros operadores no siguen este camino y prefieren dormir en la paz del proteccionismo ineficiente. Un primer ejemplo, entre muchos, es el de los libros. En España son caros -muy caros- lo que se traduce en bajos índices de lectura. Y los bajos índices de lectura afectan negativamente a los costes a través de la ausencia de economías de escala. Un círculo perverso que provoca que todos salgamos perdiendo. Pero nadie quiere cambiar una regulación irracional que impide que los libros puedan venderse con mayores descuentos -es decir, a precios inferiores- como ocurre en países que han entendido que el libro no es un bien que huye de los principios de la teoría económica ¡A menos precio más cultura! Algo elemental. Otro ejemplo es el de los autobuses. Urbanos o interurbanos; para el caso es igual. Los interurbanos compiten por el mercado y a partir de aquí explotan su concesión monopolística. Es cierto que el servicio de los autobuses interurbanos españoles es extraordinariamente bueno pero no sabemos qué sucedería si en algunos corredores de alta demanda hubiera más de un operador. Seguro que el servicio mejoraría. La imaginación de los empresarios que compiten nunca tiene límite. Y saldrían ganando los consumidores. También podría introducirse competencia en algunas líneas urbanas muy frecuentadas. O hacer pruebas con los autobuses de los alrededores de las grandes ciudades. Puede imaginarse, por ejemplo, una línea de autobuses entre Alcobendas y Madrid que, en lugar de terminar en la estación de Chamartín, discurriera por el Paseo de la Castellana, recibiendo y dejando pasajeros, hasta la estación Sur de autobuses y parando en la estación de Atocha. ¿No prestaría un buen servicio? ¿No induciría mejoras en las líneas tradicionales? Sin duda los consumidores saldrían beneficiados y, con toda probabilidad, las empresas eficientes también. Solo la regulación impide estas mejoras competitivas que contribuyen a mejorar el bienestar de los ciudadanos y de la economía en general. Hay otros ejemplos. Pero por ahora dejemos constancia de una buena reacción -la de Renfe- inspirada por la amenaza de la competencia y el conocimiento del mercado. Pero lo que sucede en el mercado del libro y de los autobuses no responde a la racionalidad.