E l ciudadano medio ya ha asumido en su interior que las políticas económicas oficiales, los conceptos claves que las estructuran y los valores que las pretenden legitimar no van a conducir a una salida de la crisis en el sentido de la justicia y los derechos humanos. Pero igualmente ha asumido que el discurso clásico de la izquierda, cristalizado en los distintos ismos con que se ha manifestado a través de la Historia no ha superado, en el mejor de los casos, la fase de sindicalización, es decir la de pedir mayor participación en el pastel cocinado desde los presupuestos del adversario. El que Keynes vuelva a ser el inspirador único de proyectos anticrisis presentados como alternativos y más allá de las medidas de emergencia inmediatas para paliar los efectos más dolorosos de esta situación, lo explica todo. El ciudadano medio intuye que a la mal llamada época de vacas gordas le está sucediendo otra sin apenas ganado vacuno. Los sueños de 1982, 1996, 2004 o el último del 2011 y sus despertares, han arrasado la última esperanza de encontrar una alternativa sobre la que depositar su voluntad y su descanso. Y además se siente preso de una angustia hija de la situación; existen colectivos, fuerzas políticas menores y nuevos proyectos de liberación que señalan con acierto los errores del sistema y aventuran caminos poco transitados aunque llenos de lógica. Pero también sabe del peso que en el imaginario colectivo tienen los tópicos y lugares comunes de la economía oficial "única, científica y verdadera" pero que han estallado hechos añicos. Y sabe además del peso de los intereses dominantes conjuntado a su vez con el entramado institucional que les da soporte y carta de legalidad. Es difícil remontar la inercia propia y la ajena tan cultivadas por los generadores de opinión áulicos. Y así se consumen días, semanas y años la espera de que como el arpa de Bécquer, la mayoría social asuma las nuevas visiones y contenidos que la pueden conducir a protagonizar su destino.