El Banco de Inglaterra ha vuelto a aplicar la respiración asistida al sistema financiero británico. Tras haber orquestado una primera intervención en diciembre, ahora se dotará de más medios a la operación, destinando hasta 65.000 millones de euros. Las entidades cuentan en su haber con títulos respaldados por hipotecas que no logran vender para obtener liquidez. Gracias a este plan, podrán intercambiar estos títulos por deuda pública para conseguir fondos durante un plazo máximo de tres años. Pero esta ayuda no llega a cualquier precio. La institución que preside Mervyn King ha tenido el gran acierto de hacer el trabajo sin ensuciarse las manos. Con rigor quirúrgico, ha impuesto sobre las entidades condiciones estrictas: les cobrará de más y sólo aceptará deuda de calidad anterior a 2008. Se trata de que no sea el contribuyente quien pague por los excesos de la banca. En Reino Unido, una revalorización continua del mercado inmobiliario ha llevado a las entidades y sus clientes a firmar hipotecas con la esperanza de que los precios sigan subiendo. Este comportamiento tan temperamental ha desencadenado una burbuja inmobiliaria que ahora debe desinflarse. Los bancos, voraces, se han lanzado a conceder hipotecas con demasiada facilidad. Pero esta época ha llegado a su fin. Las hipotecas basura han salpicado la credibilidad de las entidades y ahora éstas no logran recaudar la liquidez suficiente como para que su sistema siga rodando. La solución a este problema no consiste en una mayor regulación, sino en una mejor aplicación de los controles ya existentes. En especial, se debe asegurar que las principales entidades tengan contrastados sus activos y que haya más transparencia. Hay que buscar un tratamiento preventivo para los comportamientos voraces.