E l follón que se ha montado con el artículo de Carmen Reinhart y Kenneth Rogoff, Growth in a time of debt (Crecimiento en tiempos de deuda) podría ser la polémica más conspicua y académicamente incendiaria desde 1974, cuando dos economistas anteriores, Robert Fogel y Stanley Engerman, publicaron el famoso libro Time on the cross, donde defendían la eficiencia de la esclavitud en las plantaciones de EEUU. Como ocurrió con Time on the cross, la polémica Reinhart/Rogoff, aunque ostensiblemente surgida de los procesos estadísticos de los autores, se basa en realidad en los propósitos que otros han asignado a su estudio. Algunos resultados publicados por Fogel y Engerman se utilizaron (no por los propios autores, cabe añadir) para desafiar las acciones afirmativas y cuestionar el movimiento de los derechos civiles. Igualmente, algunos resultados publicados por Reinhart y Rogoff se han empleado por parte de políticos y otros para justificar la austeridad. Cuando los problemas del análisis de Reinhart y Rogoff salieron a la luz, los críticos se quedaron pasmados. Los autores habían omitido inadvertidamente datos, utilizado un sistema cuestionable de ponderaciones y empleado una observación errónea sobre el crecimiento del PIB. Aquello levantó dudas incómodas no sólo sobre la eficacia de la austeridad sino también sobre la fiabilidad del análisis económico. ¿Cómo había podido aparecer un estudio defectuoso en la prestigiosa serie de documentos de trabajo de la Oficina Nacional de Investigación Económica (NBER) y acto seguido en un diario de la Asociación de Economía Americana? Y, si fue posible, ¿por qué deberían los políticos y el público dar credibilidad a la investigación económica? Fue posible porque los economistas no están obligados a exponer sus datos y programas cuando publican estudios científicos. Se dice que los documentos de trabajo de la NBER son más prestigiosos todavía que la publicación en diarios arbitrados pero la oficina no exige a los académicos que publiquen sus datos y programas en la página web como requisito para su publicación. Los académicos independientes que quieran replicar las conclusiones de los estudios deben primero replicar los datos y después los programas. Y, como la economía empírica ha progresado, la dificultad de hacerlo es cada vez mayor. Reinhart y Rogoff puede que hayan usado un conjunto relativamente pequeño de datos públicamente disponibles en su mayoría pero la profesión en sí emplea unas series de datos adaptados cada vez mayor. Los grandes datos prometen grandes avances, pero también hacen que la réplica sea imposible sin la cooperación del autor. El incentivo de los autores para cooperar es, como mucho, variopinto. Por eso es responsabilidad de los consejos editoriales y directores de organismos como la NBER que el acceso abierto sea obligatorio. Es más, en una disciplina que considera la ingenuidad como virtud última, quienes se implican en el laborioso proceso de limpieza de datos y réplicas reciben pocas recompensas. No se dan premios Nobel a la construcción de nuevas estimaciones históricas del PIB que permitan que el análisis político se amplíe en el tiempo. También está el hecho de que correlación y causa no son lo mismo. En el caso de Reinhart y Rogoff, la observación de que los países muy endeudados crecen más despacio, aunque fuese cierta, no nos dice nada de si la deuda alta es lo que provoca el crecimiento lento o viceversa. Son preguntas complicadas pero que tienen soluciones simples. Lo que hace falta no son más métodos estadísticos sofisticados sino un análisis histórico serio de los elementos políticos y económicos de casos históricos concretos en que los países se hayan visto abrumados por grandes cargas de deuda. Un análisis histórico correcto ayudaría a identificar los casos en que la deuda se incurrió por motivos distintos al estado de la economía, de manera que la causa se derive defendiblemente de la deuda al crecimiento y no al revés. Los historiadores económicos han demostrado cómo puede hacerse. Mis colegas de Berkeley, David y Christina Romer, por ejemplo, se enfrentaron a un problema análogo cuando buscaban determinar si los golpes político-monetarios afectan al crecimiento económico. Se basaron en un análisis histórico detallado para identificar y centrarse en casos en que la postura política cambió por razones que no tenían que ver con el estado actual de la economía. Eso les permitió aislar los efectos de los golpes económicos sobre el crecimiento. La estadística ayuda pero, en economía y otras líneas de investigación social, no sustituye a un análisis histórico como es debido. En su impugnación de los motivos de los autores y los usos que otros han asignado a su investigación, los críticos de Reinhart y Rogoff han perdido de vista lo importante. El problema verdadero son los procedimientos y prioridades académicas, no las motivaciones. Si el problema de los procedimientos y prioridades se abordase, el hecho de que los políticos se vean tentados a abusar del análisis académico para sus propios fines se cuidaría de sí mismo. Dicho de otro modo: lo que es cierto sobre la economía también lo es sobre el análisis económico. Desaprovechar las crisis es una pena.