Atodos nos pasa. En muchas ocasiones el día a día nos supera y perdemos de vista el objetivo a largo plazo. Sin embargo, me hago cruces al ver a nuestros gobernantes caer una y otra vez en el mismo error.El último ejemplo es el de la ministra de Fomento, Magdalena Álvarez. Ella solita se metió en un fangar cuando anunció que el AVE llegaría Barcelona el 21 de diciembre. Para cumplir con la fecha, presionó a su secretario de Estado, Víctor Morlán, y este hizo lo mismo con el presidente del Administrador de Infraestructuras Ferroviarias (Adif), Antonio González Marín, que es el responsable de la dirección de las obras. Marín apretó a OHL y Sacyr para cumplir unos plazos que, aunque están firmados, no eran realistas. Adif ha amenazado a las empresas de Juan Miguel Villar Mir y Luis del Rivero con no adjudicarles "ni una obra más" si no cumplen con los plazos establecidos. El resultado de tantas presiones se ha traducido en un grave incidente que priva de transporte público a 160.000 catalanes que cada día cogían las líneas cortadas.Pero ni viendo el resultado de su pésima gestión la ministra es capaz de volver a tomar perspectiva y reconocer que lo mejor es que las empresas vuelvan a trabajar con el tiempo necesario. Sólo así se podría convertir una obra hecha por equilibristas en otra que prime la seguridad de los usuarios y de los trabajadores. Álvarez se ha enrocado y continúa insistiendo en que el AVE llegará a Barcelona en diciembre, aunque sea durante las doce campanadas.Salvando las distancias por la gravedad de los hechos, la ministra me recuerda a Ángel Acebes cuando aquel funesto 14 de marzo insistía una y otra vez que ETA era la autora de los atentados de Madrid. Por esa ofuscación, Álvarez debería dimitir.Sin embargo, la cabeza que más peligro corre es la del presidente de Adif. Ya lo hizo el ex ministro de Fomento, Francisco Álvarez Cascos, que cesó al presidente del GIF, Juan Carlos Barrón, cuando el AVE llegó tarde a Zaragoza.