Esta semana y tras 23 años, José María Cuevas se ha despedido de la presidencia de la CEOE. El gran capitán de la patronal pasará, por méritos propios, a engrosar la lista de nombres que han contribuido activamente a la consecución del bienestar económico y la paz social que disfrutamos. Como él mismo afirmó en su discurso de despedida, se siente especialmente orgulloso de haber representado a la generación de empresarios "más brillante que ha producido nuestro país". Y, en una gran parte, ese mérito ha sido suyo. Guiado por un gran pragmatismo, Cuevas ha conseguido cambiar la percepción social que existía del empresariado. Y lo hizo sabiendo conciliar los resquicios de los tics franquistas, más acostumbrados a tratar con un sindicalismo vertical, con una nueva generación de empresarios crecidos a la sombra del nuevo modelo de Estado social y democrático. Su gran acierto es haber sabido aunar los diferentes intereses y sensibilidades del amplio espectro empresarial español en el momento apropiado. Cuevas ha sido un gestor más que un empresario, más que un impulsor. A lo largo de diferentes gobiernos, la dirección de Cuevas ha consolidado a la CEOE institucionalmente, con un papel activo a caballo entre la economía y la política. Durante todos estos años se ha mostrado un inflexible defensor del modelo de Estado y la unidad de mercado como el marco estable más apropiado Pero, además, el hacer de Cuevas sería inexplicable al margen del entendimiento logrado con los sindicatos. Como muestra, la reforma laboral de 1997, imprescindible para entender el llamado milagro español. Cuevas ha sabido encarnar un modelo de dialogo social fructífero para la economía española , sentando las bases que han dado paso a un mercado laboral moderno.