Como los estadounidenses andan estornudando con las hipotecas de alto riesgo, aquí ya se espera el desembarco de la gripe aviar. Y nadie se ahorra críticas a la insensatez, dicen, de conceder préstamos sin verificar si los ingresos declarados por el cliente son ciertos. Pero a mí me gusta el modelo americano, más que nada porque me imagino que soy uno de los clientes que ha pedido una hipoteca en esas entidades que están al borde de la quiebra. Si en Australia algún animal doméstico ha disfrutado de una tarjeta de crédito, supongo en Estados Unidos podría hacerme con un préstamo. Y luego a esperar... a esperar que la sociedad quiebre claro, y a disfrutar de varias casetas repartidas por la costa a la salud (nula) de la financiera. Mucho mejor ese modelo que el español. Aquí echas el ojo a la caseta de tus sueños. Con vistas al mar, a dos pasos de la ruta del cartero y con un amplio interior donde colocar el cojín. Y si después de los trámites interminables se compra, con la consabida hipoteca, sólo toca sufrir. ¿Será ilegal? ¿Habrá derribo? Cuando te tranquilizan, porque sí, la construcción es ilegal, pero antes tienen que tirar dos filas de bungalow y horripilantes adosados (y eso puede tardar tres vidas), te viene el Banco Central Europeo con anuncios periódicos de subida de tipos. Y el mar se acerca más y más y amenaza con cubrir la nariz. Y los bancos nada, que ni quiebran ni perdonan, aunque cada día se ponen más filantrópicos, la dichosa cuota mensual de la caseta. Pues a renegociar. Como una condena a 20 años es una nadería, siempre se puede alargar la vida del préstamo otros 10 ó 20 años. Y las cuentas salen, pero poco. Se duplica la duración del crédito pero la cuota mensual no cae a la mitad. Los dichosos intereses, explican, que hace que ahora se deba más al banco aunque la caseta sigue siendo la misma. Y uno no sabe si dar gracias al banco por cambiar las condiciones de la hipoteca o marcar todos los días la esquina de la sucursal. Yo, ante la duda, haría las dos cosas, y desearía que la economía más grande del planeta se traslade aquí, con sus hipotecas de alto riesgo. Mientras, eso sí, vigilo las filas de adosados que hay delante de mi caseta.