En su reunión de marzo, la Reserva Federal (Fed) dio a entender que, si por ella fuera, bajaría los tipos de interés. El banco central estadounidense apuntó que no lo hacía porque desconfiaba de la inflación. Los mercados, sin embargo, se quedaron con el mensaje de que un recorte de los tipos esperaba ya a la vuelta de la esquina. Incluso se hablaba de que esa hipotética reducción podría llegar tan pronto como en la reunión que mantendrá la Fed a finales de este mes. Poco después -el 12 de abril-, el Banco Central Europeo (BCE) confirmó que los intereses aún iban a subir más en la zona euro. Este aviso, combinado con la impresión que dejó la Fed, abonó el camino alcista del euro. La espiral ascendente en la que se sumergió resultó lógica, ya que en el horizonte se adivinaban unos tipos cada vez más altos en la eurozona y cada vez más bajos en EEUU. Esta contraposición propició que el euro marcara varios máximos históricos consecutivos frente al dólar a finales de abril. El último de ellos, fechado el día 27, fijó la nueva plusmarca en los 1,368 dólares. Desde entonces, la situación ha sufrido una única pero trascendental transformación. Esta alteración no ha tenido que ver con el BCE, que ha cumplido con lo prometido y ya ha situados los tipos en el 4 por ciento, sino con la Fed. Más en particular, con el derrumbe de las expectativas sobre un próximo descenso de los intereses en Estados Unidos. Lejos de alimentar esta posibilidad, las estadísticas más recientes invitan a pensar que la economía norteamericana está ganando fuerza y que podría seguir siendo así en los meses venideros. Y eso, ya se sabe, nutre el fantasma de la temida inflación. Así, en un abrir y cerrar de ojos, las previsiones de abril han dejado paso al convencimiento de que el precio del dinero se mantendrá en el 5,25 por ciento actual durante todo el año, sin descartar el riesgo de que la Fed deba retomar los aumentos aparcados en agosto de 2006. De forma lógica, esta evolución ha dado aire al dólar, que ahora se cambia a 1,335 unidades por euro, tras recuperar un 2,4 por ciento en apenas seis semanas. Esta reacción refleja el nuevo sentimiento imperante en el mercado, que vuelve a creer en el billete verde ahora que no contempla rebajas de los intereses a la vista. Pero aún es pronto para cantar victoria. Para continuar escalando, el dólar necesita un empujón adicional, proveniente de los datos económicos, ya que el BCE aún tiene el pie en el acelerador de los tipos, y esto siempre es un respaldo para el euro.