Más difícil que ser presidente de Francia es ser su primer ministro. Y el actual jefe de Gobierno galo, Jean Marc Ayrault, no es la excepción. En caída libre en todos los sondeos, al igual que el presidente François Hollande, no pasa una semana sin que Ayrault tenga que recordar a sus ministros y a los diputados de la mayoría socialista en el Parlamento que es él quien manda. O dar marcha atrás en medidas impopulares como el aumento del impuesto sobre las plusvalías a la hora de ceder una sociedad, lo que provocó la cólera de pequeños y medianos empresarios.Tal es la dificultad del primer ministro para imponer su autoridad que apenas cinco meses después de su nombramiento, el mundillo mediático y político francés ya especula con su salida y los candidatos con más posibilidades para reemplazarle en el Palacio de Matignon, sede del jefe de Gobierno galo. Entre ellos, el más popular es Manuel Valls, el ministro de Interior. A principios de la semana pasada, Ayrault tuvo que salir públicamente a desautorizar a su ministro de Educación, Vincent Peillon, después de que éste se declara a favor de abrir un debate sobre la despenalización del cannabis, tema políticamente explosivo, sin contar con el visto bueno del presidente o el primer ministro. Ayrault negó que el Ejecutivo se plantee legalizar su consumo. Visiblemente exasperado, dijo que "los ministros deben defender la política de su ministerio y del Gobierno, y nada más". Una imagen debilitada Fue la última de una serie de meteduras de pata de sus ministros, o cuacs, como dice aquí la prensa, que han debilitado la autoridad del primer ministro y socavado su imagen, ya de por sí frágil, frente a la opinión pública. Si la popularidad del presidente, François Hollande, se ha desplomado en los últimos dos meses, la de Jean Marc Ayrault le sigue de cerca en su caída. Según un sondeo publicado la semana pasada por la encuestadora BVA, el jefe de Gobierno francés cuenta con un 52 por ciento de opiniones negativas sobre su gestión, frente a un 46 por ciento de opiniones positivas. Todos los institutos de sondeos marcan una tendencia similar, con una baja en su popularidad en torno a los 5 puntos entre septiembre y octubre. Las malas cifras empiezan a pasar factura al tándem al frente del Ejecutivo. Tras llegar al poder, Hollande aseguró que restablecería la importancia del papel del primer ministro como jefe del Gobierno, relegado a un segundo plano durante la presidencia del hiperactivo Nicolas Sarkozy. El nuevo mandatario eligió a Jean Marc Ayrault por ser uno de sus incondicionales, con quien asegura tener una absoluta sintonía. Sin embargo, desde finales de verano los desencuentros se han multiplicado entre el Elíseo y Matignon, hasta el punto de que a mediados de septiembre, en una entrevista con la televisión francesa, Hollande dejó caer que Ayrault podría no estar en el cargo los cinco años del mandato presidencial. "El anterior primer ministro permaneció en su cargo durante cinco años. ¿Y eso acabó bien? Nadie puede decir que haya una regla sobre este punto", dijo Hollande. Una posición incómoda El presidente dejó a su primer ministro en una postura incómoda, intentando reafirmar su autoridad ya no sólo entre sus ministros sino también frente a la mayoría socialista en el Parlamento al tiempo que debe responder a los ataques de la oposición. "No soy primer ministro por casualidad, lo soy porque tengo la confianza del presidente y de la mayoría" dijo Ayrault durante la última sesión de preguntas al Gobierno en el hemiciclo. Lo cierto es que la semana pasada, el jefe de Gobierno volvió a enfrentarse con los parlamentarios de su mayoría por una serie de enmiendas al proyecto de presupuestos presentado por el ejecutivo. Los diputados socialistas proponían aumentar el impuesto sobre las obras de arte de más de 50.000 euros al incluirlas en el cálculo del impuesto sobre la fortuna y crear una nueva tasa para quienes cuentan con una televisión en su residencia secundaria. Ambas propuestas quedaron finalmente enterradas, pero dejaron ver un nuevo desencuentro entre los diputados socialistas y el jefe del Ejecutivo. Más grave que estas veleidades de los socialistas fue la actitud de los socios ecologistas, con dos ministros en el Gobierno, a la hora de ratificar el Tratado fiscal europeo aprobado por Hollande. Los verdes votaron en su contra, aunque finalmente fue aprobado gracias a la derecha y sin la mayoría absoluta de los votos socialistas. En medio de este contexto, y con sus aliados poniéndole piedras en el zapato, Ayrault ha tenido que enfrentarse en las últimas semanas a la bronca de los jóvenes empresarios de las startusp francesas ante el proyecto del Gobierno de subir la tasa sobre la plusvalía a la hora de vender una empresa. Actualmente sometidas a un gravamen fijo de un 19 por ciento, el Ejecutivo quería incluirlas en el cálculo del impuesto sobre la renta. Según los empresarios, que se bautizaron a sí mismos como los Pigeons, la medida haría aumentar el impuesto sobre estas plusvalías hasta un 60 por ciento si se les suma el pago de cotizaciones sociales. La protesta de los empresarios a través de las redes sociales encontró tal simpatía en la opinión pública que Ayrault se vio forzado a dar marcha atrás sobre la medida.