
Un grupo de ingenieros de la Universidad CEU Cardenal Herrera de Valencia batió la semana pasada el récord de España en consumo eficiente de energía, con un coche eléctrico capaz de recorrer 2.534 kilómetros con el hidrógeno equivalente a un litro de gasolina. Su gesta puede servir para registrar una patente susceptible de ser vendida a una gran empresa, ganar reconocimiento por parte de los estudiantes y ser contratados por grandes compañías, o directamente apostar por crear una sociedad mercantil y explotar los resultados del proyecto por la vía comercial.
Esto último es lo que hacen más de cien grupos de investigación universitarios cada año. Es lo que se conocen como spin off, esto es, empresas que nacen al abrigo de un proyecto de I+D desarrollado en una universidad y que "son la base de la innovación española", en palabras de Juan Mulet, director general de la Fundación Cotec. En realidad, son también la base del emprendimiento desde las aulas y laboratorios de los centros educativos. "Todavía es un campo en el que queda mucho por hacer, porque en España hay pocos grupos de investigación activos en la universidad, pero el panorama ha mejorado mucho con respecto a hace unos años".
Los datos de la Conferencia de Rectores de Universidades Españolas así lo confirman: en 2004 y 2005 se crearon 90 y 88 spin off, respectivamente. En 2009 ya eran 118, de las que 52 nacieron bajo licencia tecnológica universitaria. La Politécnica de Madrid, la de Granada, Almería, Sevilla y la Politécnica de Cataluña fueron las más activas. Pero, ¿cómo funciona esta vía de emprendimiento?
Encontrar un valor de mercado
Este periódico ha contactado con varios emprendedores universitarios que han lanzado una empresa desde los departamentos de investigación educativos en los que trabajaban. La conclusión es que parece existir una hoja de ruta a seguir. Y la primera etapa consiste en "encontrar una salida comercial a los resultados de la investigación", tal y como explica Daniel San Martín, uno de los responsables de Predictia. "Surgimos de un grupo de investigación de la Universidad de Cantabria que se dedicaba a la minería de datos. Llegó un momento en que, dentro de los proyectos de I+D que nos llegaban, la D era considerable, así que nos animamos a formar la empresa con el apoyo de profesores".
"Nuestro caso fue similar", añade Daniel Fernández, de NanoGap, una micropyme de 8 empleados dedicada a la fabricación de nanomateriales. "Desarrollamos una invención patentada y se vio que esa propiedad intelectual podía ser negocio". A Javier Noriega, socio fundador de Nerea, una spin off de la Universidad de Málaga especializada en arqueología subacuática, le sucedió lo mismo: "Empezamos investigando en este campo porque estábamos en una ciudad de litoral, pero pronto nos dimos cuenta de que a nivel nacional no había nada parecido y vimos la oportunidad de negocio".
El cambio de chip
Las tres compañías han recibido varios galardones por su carácter innovador y su crecimiento. En el caso de NanoGap y Predictica, con el premio EmprendedorXXI de La Caixa y el Ministerio de Industria.
Esto demuestra el recorrido que tienen sus investigaciones a nivel de mercado y la oportunidad de negocio que representan. Sin embargo, no basta con vislumbrar un posible éxito comercial de una investigación universitaria para llegar a él. "Cuando decides crear la empresa, te das cuenta de que hay que cambiar totalmente el chip, porque las personas que nos dedicamos a esto tenemos perfiles técnicos y carecemos de competencias empresariales", dice San Martín.
"Todo lo que era moverse en el ámbito administrativo fue muy difícil al principio. Estuvimos casi dos años haciendo cursos de gestión empresarial, porque puedes ser muy bueno en tu materia, pero si no sabes de gestión, no te sirve de nada", añade Noriega.
Apoyos institucionales
Echando la vista atrás al camino recorrido con Predictia, Daniel San Martín afirma que "al modelo de transferencia de la universidad a la empresa le falta mucho". Por eso insiste en la necesidad de contar con apoyos institucionales a la hora de sacar los resultados de esa investigación de las aulas y llevarla al terreno empresarial. En su caso "colaboramos con la universidad con muchos productos. Ellos hacen la I y nosotros la D. Ese vínculo estrecho es clave, porque aún somos pequeños para hacer investigación propia".
"Aquí depende mucho de la universidad", matiza Daniel Fernández, "porque yo intenté montar una spin off en otra universidad y fue una odisea. En la de Santiago, en cambio, incluso estamos participados por un capital riesgo que viene de la propia universidad". Noriega también considera que "si salimos adelante fue porque la Universidad de Málaga nos ayudó desde el primer momento".