
En España no sólo manda un ciudadano de León apellidado Rodríguez Zapatero. Ni mucho menos. En este país quienes mandan de verdad son los hijos y herederos del Gran Poder. Casi un centenar de personajes, bien formados por sus progenitores, y sobradamente ambiciosos que han tomado el timón de los multimillonarios negocios familiares.
Auténticas e históricas fortunas, emporios y negocios que de generación en generación pasan a ser gestionados por un muy reducido grupo de elegidos en el olimpo de los potentados.
El círculo se estrecha en torno a una cultura común a todos ellos. Comparten amistades, han estudiado en los mismos colegios, tienen los mismos valores, sus ambiciones son parecidas y se casan entre ellos. Es un círculo endogámico. Son los hijos de Cortina, Koplowitz, Domecq, Botín, March, Polanco, Valls Taberner, Abelló, Martínez Bordiú, Ortega, Entrecanales… que ya dirigen bancos, constructoras, inmobiliarias, emporios editoriales, explotaciones agrícolas, bodegas, ganaderías, etc. Conforman grandes patrimonios que se pierden en una maraña de sociedades interpuestas, en incalculables tesoros artísticos y en fundaciones sin ánimo de lucro que esconden un imperio económico.
Sinónimo de riqueza
Pronunciar sus nombres y apellidos es sinónimo de riqueza, de influencia, de abultadas cuentas que año tras año conocemos gracias a la selecta lista de los más ricos del mundo que acaba de publicar la revista americana Forbes, donde sus progenitores han abierto brecha y en la que estos jóvenes cachorros ya empiezan a competir.
El retrato robot de este casi centenar de herederos con pedigrí es bien sencillo de perfilar: tienen entre 25 y 45 años, casi todos son licenciados en Económicas y Empresariales, han estudiado en los mejores colegios y universidades privadas y cuentan con al menos un máster en su bagaje. Y, casi siempre, han tenido un rodaje profesional previo en prestigiosas empresas norteamericanas para luego desembarcar en los negocios familiares una vez adquirida, presuntamente, la experiencia necesaria.
Sus gustos también son muy similares: van a los mismos lugares de copas, comen en los mismos restaurantes, compran la ropa en las mismas tiendas, viajan a los mismos destinos turísticos, se construyen sus mansiones en las mismas urbanizaciones, asisten juntos a las mismas concentraciones cinegéticas, pertenecen al mismo círculo de amistades y, en definitiva, configuran un clan impenetrable de ricos por derecho consanguíneo. Han tenido la suerte de nacer en familias adineradas o con rancio abolengo, empresarial o nobiliario.
Juntos también al matrimonio
A veces el dinero y el poder se unen con la aristocracia mediante matrimonios. Es la fórmula más sencilla de mantener esta elite económico-social con influencias y títulos nobiliarios. No obstante, en ocasiones su llegada a la cúspide de las grandes empresas familiares no está exenta de fratricidas luchas internas, porque son contados los puestos de alta jerarquía a repartir y muchos los candidatos que optan a ellos. Todos están muy bien preparados y sus ambiciones -como las de sus padres- no tienen límite y nunca están colmadas.
Son pocos los elegidos en este olimpo de ricos potentados, aunque a la sombra -porque no les ha quedado otro remedio- permanecen hermanos y sobrinos del patriarca, como los Polanco. Hay algunas sagas, como los Botín, que han elaborado cuidadosos protocolos familiares y estatutos en sus empresas para evitar espectáculos mediáticos que manchen el buen nombre de sus negocios.
En cambio, algunos no han encontrado recambio en sus hijos y deambulan desesperados, como Juan Abelló. Para ellos siempre fueron su esperanza y recambio empresarial. Esta falta de recambio ha obligado a que otros hayan tomado el relevo sin pertenecer a la misma sangre de estas dinastías de gran tradición en el mundo financiero, como los Valls Taberner.
El peso del apellido
Pero muchos son los que a la sombra o al amparo de un apellido influyente, el de Borbón, han conseguido también figurar sin limitación, sin apenas formación y con el único mérito de pertenecer al entorno familiar o de allegados de la Casa Real española. Una etiqueta con la que conseguir pingües beneficios, como Iñaki Urdangarín. En este mismo terreno se mueve la saga de los descendientes de Francisco Franco, los Martínez-Bordiú Franco, que sin estar en primera línea informativa -a excepción de la nietísima, Carmen Martínez Bordiú y de su hijo Luis Alfonso de Borbón- han continuado, sin tregua, añadiendo ceros a su abultado patrimonio.
Aunque para fortuna y extensísimo patrimonio figuran en primer lugar los herederos de la Casa de Alba que entre tanto devaneo sentimental supieron poner orden en sus negocios. O más bien otros se lo pusieron, porque todos los méritos de su éxito empresarial los tiene su padrastro, el ya desaparecido Jesús Aguirre.
Es ahora Carlos Martínez de Irujo, duque de Huéscar, quien acaba de romper su relación sentimental con otra grande como es Alicia Koplowitz, quien gestiona las cuentas familiares. Algún día, cuando Cayetana Fitz James de Stuart muera será el momento de repartir y entonces ya habrá tiempo para las luchas y desavenencias económicas familiares. De momento, los únicos problemas entre los herederos son los de alcoba.
Ambiciones
También reveladoras de sus ambiciones son las posiciones empresariales que han tomado los seis hijos -tres varones y tres mujeres- de los matrimonios de Alberto Cortina y Alberto Alcocer con las hermanas Alicia y Esther Koplowitz. En casa han tenido muy buena escuela: sus deseos de triunfo y de hacer dinero les convierte en auténticos artesanos financieros.
Otra familia, que parecía haber perdido fuelle económico pero que está de nuevo en lo más alto, es la de José María Ruiz Mateos. Sus 13 hijos están volcados de pleno -aunque desde un plano más discreto- en sus importantes negocios bodegueros, alimenticios e inmobiliarios del nuevo holding de la abeja, la Nueva Rumasa.
Otra clásica familia andaluza de empaque y solera es la que conforma la Casa de Medinaceli. Los innumerables problemas judiciales del anterior duque de Feria pusieron en jaque a todos los integrantes de esta dinastía, que ahora tiene en los hermanos Rafael y Luis Medina Abascal -hijos del desparecido Rafael Medina y Nati Abascal- a sus mayores representantes públicos y referentes de su antecesor, el Gran Capitán. Dos nuevas caras que han dado más frescura a la devaluada Casa de Medinaceli.
Amargo destino
Pero quienes están unidos en el triste destino son los Valls Taberner y los descendientes de Juan Abelló. Los primeros han salido del Banco Popular sin poder colocar en la cúspide de la entidad a ninguno de los dos descendientes que optaban a tan codiciado puesto. Ni Cristina ni su hermano Javier supieron o pudieron dar el paso definitivo para gobernar la institución bancaria más saneada de Europa.
Tampoco a Juan Abelló se lo están poniendo fácil sus cuatro vástagos, aunque alguno ya asume poderes en su Vasto imperio financiero. Pero Juan Abelló sigue confiando en la ruleta de la fortuna que sigue dando vueltas y que para el caso de los poderosos siempre se detiene en el mismo punto.