MADRID. El diccionario de la RAE no recoge la palabra luthier (término francés que hace referencia al arte de construir instrumentos de cuerda), pero la familia Solar la conoce muy bien. Durante tres generaciones han hecho de ella una forma de vida. Llevan más de 50 años fabricando y reparando instrumentos de cuerda (violines, violas y violonchelos) en su pequeño taller madrileño. Su apellido es sinónimo de trabajo artesanal, de paciencia -pueden tardar décadas en terminar un instrumento- y de calidad. "La mayoría de los primeras cuerdas de las principales orquestas son nuestras. Rostropovich fue cliente, pero no tenemos nombres en exclusiva", explica Fernando Solar García, cuyo padre comenzó a interesarse por cómo se construía un violín hace más de 70 años en Pravía (Asturias). Su cuñado tocaba el instrumento y empezó a aleccionar al guaje, que en ese momento tenía 8 años; los suficientes para que se construyera un tosco primer violín, al que siguieron otros muchos.Un sector peculiar Una vida dedicada a un sector repleto de peculiaridades: conseguir un instrumento de los Solar puede costar una media de 18.000 euros y su reparación entre los 3.000 y los 5.000. Entre sus últimos encargos, los tres meses que tardaron en arreglar un chelo de una orquesta de Madrid por 3.700 euros. Entre sus éxitos: que uno de sus chelos se subastó en la casa Durán por la módica cantidad de 30.000 euros. Pero llegar aquí no ha sido fácil. El aprendizaje del primero de los Solar no comenzó hasta la década de los 40, cuando un familiar con afición al violín se encargó de su tutelaje mientras el futuro luthier realizaba el servicio militar en Madrid. Poco después entró como aprendiz de Santos Hernández, famoso constructor de guitarras y que también reparaba violines. Allí aprendió los cimientos de un arte que le permitió abrir en 1948 su propio local de fabricación y reparación, y que además le sirvió de vivienda para él y su familia. Fue allí donde el padre supo contagiar su pasión a su hijo. "El contacto dentro de la familia es muy íntimo. Se vive con el trabajo, se habla de trabajo. Hay comunicación perpetua", explica Solar García, mientras su hijo (concertista de violín y representante de la tercera generación), deja a un lado las herramientas y escucha a su padre en silencio. Él también escuchó y vio trabajar a su padre durante años, pero sin saber que iba a ser el segundo escalón en la tradición familiar. El servicio militar le obligó a abandonar sus estudios de Ingeniería Industrial con 21 años, y pasar más tiempo en el taller con su padre. Con su propio hijo pasó algo similar, pero quiso que estudiara violín. Hecho: concertista de grado medio y probador de los instrumentos. Varias tareasDe los dedos de Solar hijo han salido más de 20 instrumentos, a los que hay que sumar los más de 300 que ayudó a construir a su padre hasta que se jubiló en 1987. Aunque reconoce que tiene "una media floja", añade que la construcción de instrumentos no es su única actividad. "Me dedico a la reparación, también venta a comisión, tasación, expertización y doy alguna conferencia". Pero lo que de verdad le gusta es construir el instrumento. El proceso empieza con bloques de madera de arce o de abeto, con unos rasgos de estabilidad y cristalización de la resina. Solar explica que la madera es mejor cuanto más años tiene porque permite que "la vibración corra". Los bloques de un kilo se reducen a tapas que pueden llegar a pesar 120 gramos. El siguiente paso es esperar durante años. Quizás décadas. "La madera está viva, y hay que esperar a que deje de moverse y no libere más tensiones", dice. Cuando las tablas se retoman, las demás fases hasta el ensamblaje se pueden realizar en unos dos meses. El resultado es un instrumento cuyo precio medio es de 18.000 euros, y elaborado casi íntegramente a mano (sólo se usan herramientas mecánicas en operaciones muy concretas).