Aestas alturas de crisis, me pregunto si volveremos a caer en los mismos errores dentro de unos años. Y mi escepticismo y cinismo aumentan. De momento, me pasma que una pareja (ella cajera de supermercado, él empleado de una fábrica de accesorios de coche, ambos en paro), salga en El País contando que les han arruinado la vida. Veamos: ambos son adultos, tienen dos hijos pequeños, y firmaron la compra de una casa en Parla. Es humano querer mejorar tu modo de vida. Pero también es irresponsable meterte en una deuda de tal calibre que hoy les espera cada mes una deuda de 1.800 euros como hipoteca. Lo que me molesta es que digan que les han arruinado la vida. ¿Quién? ¿Los bancos? ¿Las inmobiliarias? ¿El Gobierno? ¿Dónde queda su cuota (tan enorme como su hipoteca) de responsabilidad? Calmada esta especie de ira, mi espíritu dominguero me lleva a los Montes de Toledo a pasar el día. Paso por un pueblo, Layos, que tiene unos 400 habitantes, según la web oficial de Turismo de Castilla-La Mancha. Y a la salida, en medio del secarral de las tierras toledanas, se alza un hotel de lujo con campo de golf en el que varios señores caminan en busca de un hoyo. Esa especie de oasis verde con pretensiones de Masters de Augusta en medio de la nada, más que gustarme, me produce hasta miedo y hace preguntarme hasta qué punto han llegado nuestras ansias de nuevo rico. Acabo comiendo en San Pablo de los Montes, un bonito pueblo de unos 2.000 habitantes. El restaurante es de lo más normal, con menú del día y devoción por la perdiz y el venado. A mi lado, una comida familiar de unas 15 personas. En los postres, un niño de unos nueve años empieza a recibir todo tipo de agasajos tipo iPod, consolas, merchansising de Bob Esponja, un reloj y hasta el póster de un dinosaurio. Sorprendido ante tal despliegue, el niño exclama: "¡Cómo mola, y eso que no he hecho la comunión de verdad! Si llego a hacerla...". Y a la vuelta, llego a la conclusión de que no, no y no. No hemos aprendido nada. Y así nos va.