Q uién nos iba a decir que el frenazo a la recuperación de la economía europea no iba a venir de los Paulson de turno, sino de un fenómeno freatomagmático -lava mezclada con agua helada-. Gases y cenizas que durante días oscurecieron tanto los cielos reales como económicos de Europa y que van a costar más de 1.200 millones de euros a las compañías aéreas. "La culpa fue del contagio mediático", han concluido los más avispados, porque, en su opinión, nunca hubo motivos reales para cerrar los aeropuertos. Carezco de la sapiencia técnica necesaria para saber si ponerle un cerrojo al cielo fue una exageración, pero aplicando el sentido común y conociendo el principio de precaución que debe guiar las situaciones límite, sé que hicieron lo correcto. Porque, ¿qué hubiera ocurrido si mueren 200 personas por culpa de la parada de los motores de un avión (sólo uno) a causa de las dichosas cenizas? Estoy de acuerdo en que nada hay más dañino que el miedo, pero también es un sistema de defensa. El miedo llevó a la OMS a conjeturar en demasía sobre los efectos de la gripe A, y en su día sobre la gripe aviaria, y se les ha vapuleado sin piedad. Los británicos fueron los primeros en decidir cerrar su espacio aéreo tal vez arrepentidos por habernos vendido carne de vaca loca prevaricando; o sea, a sabiendas. Cierto que el contagio puede ser manipulable y, basado en el miedo, no tiene vacuna. Por eso he pedido a Bibiana Aído que prohíba el cuento del Lobo feroz, y me deje a la Cenicienta y a Blancanieves. El contagio es así y la imprevisibilidad de las cosas es tan evidente como la que afecta a los actos humanos. El efecto mariposa. Tienes a la economía en la sala de curas y el mercado laboral impregnado en Betadine, y llega un volcán y te quema los brotes verdes desde el cielo. Ocurre como en las relaciones personales: la pareja está locamente enamorada, come perdices... todo perfecto, pero un día surge un imprevisto, no quieres ir a cenar con tu suegra porque te duele el alma y tu mujer te pide el divorcio.