Fútbol

El análisis: Mourinho, el acelerador de antipatías blancas

José Mourinho ha vuelto a hablar. Y como casi siempre que el luso abre la boca, llega la polémica. Provocada o no, estratégicamente planeada o no, su comparecencia interruptus de prensa en Auxerre ha vuelto a levantar ampollas. Los madrididstas pierden ya la cuenta de las veces que, en apenas siete duelos oficiales con el Real Madrid, el luso la ha armado dentro y fuera de los terrenos de juego.

El rosario de polémicas, especialmente en sus comparecencias públicas, es interminable e incluye rajadas para todos los gustos. Palos a los jugadores, a los rivales y hasta al jardinero del Bernabéu. Justificaciones injustificables de cómo su equipo, más que jugar partidos, los perpetra. Sospechas sobre si los rivales del Barça regalan o no los tres puntos. Y así un largo etcétera de ruedas de prensa avinagradas.

Por atreverse, Mourinho incluso se ha atrevido con un clásico: palo a los periodistas. "No sabéis hacer vuestro trabajo. Preguntadme por la alineación titular", les dijo en Francia, para, a renglón seguido, levantarse de la sala e irse entre la indignación de unos y las carcajadas de otros que todavía le ríen sus gestos maleducados y chulescos.

Nadie discute que entre esa cascada de argumentos envenenados, muchos de ellos den en la diana, incluidas sus críticas a la prensa. Si nadie le preguntó sobre cuál sería el once ante el Auxerre, mal hecho. Nuestro trabajo es plantear hasta el aburrimiento.

Lo que verdaderamente enfada de Mourinho no es su constante intento de aportar cortinas de humo para justificar el mal fútbol blanco (esa es una norma básica del entrenador común). Lo verdaderamente irritante es su empecinamiento en usar la vía de la mala educación, el desplante y la bravuconería como método para hacer llegar su mensaje, dicen algunos, perfectamente planeado y estratégico.

Si a este talante se le une su fama mediática, su egocentrismo y un sueldo con un buen puñados de ceros a la derecha, surge la ecuación subyacente: Mourinho es el paradigma ideal de galáctico madridista.

En los últimos años el Real Madrid se ha cargado de un halo de altanería pegajosa que, si bien ya existía en tiempos pasados, se ha incrementado exponencialmente con sus últimos y faraónicos proyectos. Eso no es el Real Madrid. Al menos el que conocieron nuestros padres y abuelos.

Escoltados en el ejemplo de Di Stéfano o Santiago Bernabéu, el aficionado merengue demanda que los suyos hagan del himno de las 'mocitas madrileñas' un lema inquebrantable "Cuando pierden dan la mano, como bueno y fiel hermano", reza la canción. Mourinho es su antítesis: hasta ganando da coces. De las derrotas ni hablamos. Mourinho es de todo, menos un ejemplo del tradicional señorío madridista.

Si la tendencia del luso sigue (que seguirá) el Bernabéu se enfrenta a una peligrosa espiral: acelerar su ya prolongado proceso de pérdida de 'señorío'. Demasiado lujo, peor todavía que la sequía de títulos, porque ésta no te hace ganar enemigos, pero aquella los recluta en masa. Mal panorama para un equipo que no sólo juega mal, sino que cada vez cae peor.

Mourinho tiene nueva parte de culpa. Que a nadie le duelan prendas si los pitos y los abucheos se igualan con los halagos y piropos en cualquier aeropuerto a la llegada del mejor club del siglo XX. Es la consecuencia de un entrenador acelerador de antipatías blancas.

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