Fútbol
Radicales y fútbol: la sociedad reclama medidas mientras el deporte rey se escuda en excusas
La violencia ultra vuelve a la escena del fútbol. Otra vez. Demasiadas. La invasión de campo de cerca de 2.000 ultras en el duelo entre Austria de Viena y Athletic de Bilbao avergüenza a Europa y despierta el eterno debate de cómo prevenir, castigar y evitar que los violentos carcoman el deporte rey mientras éste mira demasiado para otro lado.
Las posturas, como en toda discusión, se simplifican hasta plantear apenas un puñado de alternativas. Algunos apuntan a los clubes. "Los delincuentes que utilizan el fútbol como escenario de sus delitos no deben tener cabida en los estadios y corresponde a los clubes expulsarlos", argumenta el editorial del diario Marca.
El Mundo apunta y dispara al colegiado: "Pese a los incidentes, el partido no se terminó. El árbitro decidió esperar para saber lo que sucedía en el estadio".
Otros saltan directamente al ruedo de la sociedad. Según El País, la responsabilidad se inserta directamente en la sociedad. "La educada Viena no advirtió el asunto como tampoco se preparó para lo que pudiera ocurrir".
El doble rasero de la UEFA
El dedo índice de la acusación gira como una veleta. Todos acusan a todos, pero nadie hace nada. Comenzando por la UEFA. El organismo que dirige el francés Michel Platini ha protagonizado más de un caso en el que sus actuaciones no han seguido el mismo rasero.
La pasada temporada el Atlético de Madrid sufrió sus iras por que la Policía Nacional española reprimió con dureza los altercados que ultras del Olympique de Marsella provocaron en las gradas del Calderón.
Entre acusaciones de maltrato a la afición visitante y supuestos gritos racistas, el feudo rojiblanco tuvo que ver jugar a los suyos sin público durante un encuentro de Champions.
Rasero distinto al que ayer, sobre el terreno, ejercieron los delegados de la UEFA desplazados en Viena. Ni suspensión del partido, ni petición para que la policía actuara con contundencia.
El amparo de los clubes y Federaciones
También los clubes y federaciones locales tiene su ración de responsabilidad en el pastel de los violentos. Ejemplos españoles:
En 1998, una portería del Santiago Bernabéu se vino abajo en los prolegómenos del duelo entre Real Madrid y Borussia Dortmund de la Champions League. No hubo castigo contra los Ultra Sur. Hoy siguen presentes en el fondo de Chamartín con privilegios inalcanzables para muchos otros socios madridistas pacíficos.
El vecino Atlético de Madrid sigue un camino similar. Desde el lanzamiento de huevos y sillas al césped, hasta gritos racistas, el Calderón ha visto todo tipo de actitudes radicales por parte del Frente Atlético. Sus acciones siguen impunes.
Castigos que también podrían llegar desde las federaciones nacionales, pero que en el caso español, pasan desapercibidas.
El lanzamiento de una piedra a Manuel Pellegrini en el último derby madrileño terminó con una ridícula multa de 150 euros hacia el Atlético. Algunos sectores del fútbol nacional todavía esperan que el Camp Nou sea sancionado por el Clásico del cochinillo. También San Mamés se libró del castigo por el lanzamiento de un petardo que explotó a dos metros del portero precisamente del Atlético de Madrid hace algunas temporadas
Mientras, clubes como el Sevilla o el Betis sí que han recibido un castigo ejemplar con cierres de hasta tres encuentros y duras multas. Como en el caso de la UEFA, la Federación Española de Fútbol usa diferentes raseros.
Los guiños de los jugadores
En este asunto, como en otros tantos, los jugadores tampoco escapan de su cuota de responsabilidad. Sus guiños y caricias hacia algunos de estos grupos radicales (saludos antes del silbato inicial, fotos para sus publicaciones o camisetas-recompensa por los ánimos recibidos durante los partidos) sirven de gasolina para incendiar y elevar el ego de los radicales.
Pocas son las voces de jugadores que rechazan con verdadera contundencia la violencia y piden el fin con medidas severas. La mayoría esconde el heroísmo que exhiben en el campo mirando para otro lado. "Lo nuestro es jugar", responden. Eso siempre que los ultras no interrumpan un partido como, cabría matizar, ocurrió ayer.
La tragedia de Heisel (39 muertos por avalanchas en la final de la Copa de Europa entre Juventus y Liverpool de 1985) hizo reflexionar a Europa.
Evitar que una nueva catástrofe con forma del siglo XXI acontezca está en mano de todos y para ello se debe poner freno a las pequeñas tragedias que, como ayer, manchan gota a gota un deporte cada vez más asqueado de sus propias vergüenzas.