Firmas

Un país postrado ante el divorcio de la ley y las prácticas sociales

Decía Horacio (65 a. C.-27 a. C.) que Leges sine moribus vanae (Las leyes sin las costumbres que las arropen son inútiles). Es decir, la ley para que sea socialmente útil, no debe ser solo la expresión de la voluntad del legislador, sino que necesita de un ámbito social y cívico proclive al cumplimiento de la misma. Y no por un mero acto de sumisión sino por identificación con esa ley.

Cuando el divorcio entre la ley y las prácticas sociales es casi total y está protagonizado por sectores sociales, presuntamente bien formados y vinculados a las esferas de los tres poderes del Estado, la generalización de la contradicción entre la ley y las prácticas sociales toma cuerpo de régimen social extralegal consensuado de facto.

La corrupción, convertida en hábitat de la vida económica, social, política y judicial es una subversión permanente porque, como en el caso de España, se vive en una democracia demediada, en una no dictadura formal ya que la ley no impera, está exiliada. Por eso un régimen de corrupción se caracteriza por la inexistencia de controles para evitar los delitos de los poderosos.

Las personas que realizan funciones en las instituciones llegan a esos puestos provenientes de esa sociedad permisiva con la corrupción, aunque en su hipocresía blasone de lo contrario. Una vez en las instituciones, el político, el gobernante o el magistrado comprueban cómo el sistema de contravalores establece sobre ellos una presión constante, y en los asuntos más diversos.

El sistema, en este caso, son los compañeros, los amigos, los superiores, la familia, las instituciones económicas, políticas y culturales y todos los que en nombre del realismo medran, estafan y roban, o lo consienten. Comprueban que el mundo de donde provienen es el mismo que éste, pero sin los atributos de la honorabilidad institucional.

Cuando un país llega a esta situación la mayoría ciudadana se refugia en un degradado carpe diem de banalidades, escapismos y constante aplazamiento de lo inevitable. Se entra en la postración.

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