Evasión
Cien años de "Mein Kampf": el libro venenoso de Adolf Hitler que mató a millones de personas
Lucas del Barco
No hablamos del 18 de julio por aquel llamado "Glorioso Alzamiento Nacional" en la terminología casi del NO-DO de los sublevados que. Este 18 de julio de 2025 se cumplen cien años de la publicación de un libro nefasto, escrito por un monstruo y que, de algún modo, llevó al mundo a la peor de las guerras. O al menos inspiró el nazismo que llevó al Holocausto.
El 18 de julio de 2025 no es solo el eco remoto de un parte de guerra en Salamanca o el desfile fantasmagórico de unas camisas azules. Hoy, el calendario carga con un peso aún más oscuro. Hace exactamente cien años se publicó en Alemania un libro que, como un gas tóxico liberado en una habitación cerrada, contaminó el aire de todo un siglo: Mein Kampf, de Adolf Hitler. Hay libros que sirven para abrir ventanas al mundo y otros que cierran las puertas con cerrojo desde dentro. Mein Kampf pertenece a los segundos. Se imprimió por primera vez el 18 de julio de 1925, cuando el futuro dictador se encontraba encerrado en la cárcel de Landsberg, cumpliendo condena tras su fallido golpe de Estado en Múnich. Desde esa celda, con el resentimiento como tinta y la ignorancia como papel, Hitler tejió un panfleto infame donde mezcló una autobiografía de saldo con una teoría política de pesadilla.
Aquella obra no fue escrita a mano alzada, sino a mano crispada. No es un libro difícil de entender por su sintaxis —aunque abunde en repeticiones y desvaríos—, sino por la propia dificultad de digerir el odio destilado página a página. Su autor, un cabo del ejército austrohúngaro reciclado en tribuno de la histeria, ya apuntaba su obsesión: anexionarse Austria, conquistar espacio vital hacia el este y eliminar de raíz lo que llamaba "el problema judío". Quien quisiera ver, ya podía ver.
La visión del fanático
Hay quienes han querido reducir Mein Kampf a un panfleto torpe, mal escrito, ininteligible. No es del todo cierto. La politóloga Barbara Zehnpfennig lo explica con precisión quirúrgica: el libro es un espejo sin distorsión de la mente de un fanático. Es coherente en su delirio, obsesivamente lógico en su propuesta de exterminio. Desde esas páginas se puede rastrear, sin ambigüedades, la línea recta que lleva de la palabra al crimen. El lector imparcial —si es que existe tal cosa ante semejante monstruosidad— se asoma al interior de un espíritu dispuesto a incendiar el mundo para construir un infierno a su medida.
Sin embargo, en los años veinte, pocos tomaron en serio aquel manuscrito pestilente. Las primeras ediciones se vendieron con lentitud. Hasta 1933, cuando Hitler alcanzó la Cancillería, solo se habían despachado 287.000 ejemplares. Después, con la llegada del nazismo al poder, el libro se convirtió en un regalo de bodas, un souvenir obligatorio para funcionarios y una fuente inagotable de ingresos para su autor. Para cuando terminó la guerra, más de doce millones de ejemplares circulaban por los hogares alemanes. Otra cosa es cuántos lo leyeron de verdad. Según encuestas de la posguerra, entre un 20% y un 30% de los alemanes admitió haberlo leído, al menos en parte.
La sombra que no se borra
A diferencia de lo que muchos creen, Mein Kampf no ha sido nunca un libro prohibido en Alemania. Siempre fue legal poseerlo, venderlo, comprarlo y estudiarlo. Lo que sí estuvo vetado fue su reedición, durante décadas, por decisión de las autoridades bávaras, herederas accidentales de los derechos de autor tras la caída del régimen. Hitler murió en su búnker de Berlín en 1945, sin herederos. Su último domicilio oficial estaba en la Prinzregentenplatz de Múnich, y por eso, el Estado de Baviera retuvo los derechos sobre su obra hasta 2015, cuando se cumplieron los setenta años desde su muerte y el texto pasó a dominio público.
El gobierno alemán, consciente del veneno que aún respira el mundo, permitió entonces una única reedición: una versión crítica y comentada elaborada por el prestigioso Instituto de Historia Contemporánea de Múnich (IfZ). Se trataba de contextualizar el texto, diseccionarlo como se hace con un virus en un laboratorio, para impedir que vuelva a propagarse sin filtro. La edición crítica lleva más notas al pie que líneas originales, un muro de contención intelectual frente al fanatismo de ayer y de siempre.
La memoria del mal
Hoy, cien años después de aquel 18 de julio de 1925, el libro está disponible en cualquier idioma y a un clic de distancia en internet. Esa es la paradoja de nuestro tiempo: el conocimiento y el veneno viajan por el mismo cable de fibra óptica. ¿Debe leerse Mein Kampf? Tal vez sea necesario para comprender cómo una sociedad culta, con filósofos como Kant y poetas como Goethe, pudo deslizarse por la pendiente hacia la barbarie. Pero quien lo lea debe hacerlo con las defensas bien altas, como el médico que estudia un virus en la placa de Petri, sin olvidar que fuera del laboratorio hay vida humana. La sombra de ese libro infame todavía flota en el aire. Cada vez que un líder señala a un enemigo interno, cada vez que alguien convierte la frustración en odio organizado, el eco de Mein Kampf resuena, aunque no se cite. Por eso conviene recordar, hoy y siempre, que las palabras también matan. Solo necesitan tiempo y silencio para hacerlo.