Además de uno de los más reconocidos dramaturgos del panorama nacional e internacional, Ernesto Caballero es un apasionado de la literatura y la historia. Tanto es así, que pretende plasmar en las obras que dirige las luces y sombras de la historia que nos precede. Especialmente, y con una perspectiva muy diferente a lo que acostumbra este arte, insiste en la luz. En la parte positiva y en la fuerza que, muy a menudo, queda en el olvido de la memoria histórica española. Ganador del Premio Valle-Inclán en 2017, entre muchos otros, Caballero está ya inmerso en su próxima pieza: Acastos, ¿Para qué sirve el teatro?, que dará el pistoletazo de salida el 4 de abril en la que es su casa desde 2012, el Teatro María Guerrero, cuando comenzó su cargo como director del Centro Dramático Nacional. ¿Cuál es la situación actual del teatro en España? Soy muy optimista por naturaleza. Estamos en un momento extraordinario en cuanto a creatividad, y esto viene determinado fundamentalmente porque hay una sociedad que lo demanda. El nivel del espectador ha subido mucho, acepta la diversidad de las propuestas, sabe a lo que va, exige excelencia, y eso nos pone a todos las pilas. La profesión en este sentido está equiparable a la que ofrece cualquier sociedad avanzada, donde antes nos mirábamos con cierto complejo. Todo esto se ha acabado, y desde el punto de vista de la creación, es un momento muy profesional, muy sólido. Además de la cohesión y relación histórica, ¿introduce la positividad en sus obras? El teatro también es una fiesta. El medio es el mensaje, y lo primero que hay que transmitir a los espectadores es que te lo estás pasando bomba. Aquí hay un tema importantísimo y es lo que, sobre todo, se lleva mal en el teatro de la modernidad. Toda la expresión artística es la expresión de lo oscuro, de lo excepcional, del fracaso y de la derrota. Nos recreamos en lo sórdido, en la oscuridad. Y esto cumple una función, por supuesto, nos hace pensar, reaccionar... grandes obras salen de aquí. Pero, tal vez, ha llegado el momento de invertir esta tendencia, de equilibrarla. La alegría, los finales felices, siempre han estado asociados con un teatro de entretenimiento, de diversión, de baja estofa. Creo que el gran teatro ahora mismo tiene el reto del optimismo, de plantear ciertas ventanas de luz en medio del túnel. Estamos todavía muy faltos de autoestima, y por eso el teatro tiene dentro de sus objetivos recuperar la autoestima social y colectiva. ¿Qué queda por hacer? Existe un gran derroche de talento pero escasea el talento para gestionarlo. Gestionarlo es una cosa que nos compete a todos; estructuras, especialistas, agentes culturales especializados, conciencia profesional... Sigue habiendo deficiencias claras y hay agujeros que tienen que ver con las pymes -que son la mayoría de las compañías-, la capacidad de vehicular las obras de arte por todo el territorio, gravámenes impositivos innecesarios... Tampoco hay una legislación que contemple la especificidad de la actividad teatral, es decir, hay todavía muchos palos en las ruedas que hay que liberar. A pesar de todo, ¿considera que el panorama cultural que vivimos en nuestro país es esperanzador? La cultura es uno de los activos y valores en España. En Europa, después de Italia, somos la segunda potencia. En teatro hemos sido una potencia desde el Siglo de Oro, que es un patrimonio no tan visible como una catedral, pero que está latiendo y nosotros somos los que tenemos que mantenerlo vivo. Teniendo todo ese potencial y teniendo una nueva hornada de nuevos jóvenes creadores y creadoras, creo que a veces podríamos aprovechar más esta ocasión. La cultura y el teatro son una inversión desde un punto de vista inmaterial; porque cohesiona, es terapéutico, porque nos reconocemos, nos hace disfrutar pensando lo que somos, queremos ser y hemos sido. Y es que no solo de pan vive el hombre. Una vez cubiertas las necesidades básicas, la cultura es el alimento del espíritu. En este sentido, ¿qué nos diferencia del resto de países? Los países donde han entendido esta inversión, y que la cultura hace sociedad y cohesiona, son países prósperos. Y lo son desde el punto de vista intelectual, cultural, social, y por ende, económico. No somos un país especialmente productivo en el primer sector, y en el sector cultural (patrimonio, fiestas, tradiciones...) tenemos mucho por hacer y donde sacar partido. Poco a poco vamos haciendo las cosas, pero tenemos que conseguir internacionalizar más nuestro teatro y nuestra cultura. La diferencia que tenemos con ellos es simplemente presupuestaria. ¿Estamos en el buen camino? Yo quiero pensar que sí porque yo confío mucho en la sociedad. El teatro tiene una doble dirección; una individual, que te toca, te despierta, te sacude y te revive emociones o pensamientos que tenías sepultados. Y otra colectiva, donde te ríes, te reconoces. Y esta doble dirección es como un péndulo que forma parte de esta manifestación artística que es el teatro. Cuando hay una mínima cohesión social, este es el caldo de cultivo para que el teatro eclosione. Soy positivista, pero creo que la gente del teatro tenemos que contribuir para evitar cierta tendencia a la atomización o destructuración de la sociedad.