Los niños crecen y se van. Al no superar el trago, algunos padres sufren el síndrome del nido vacíoAunque es cierto que los jóvenes en nuestro país tardan cada vez más en independizarse y formar su propio hogar, ese momento crucial de emprender el vuelo acaba llegando. Según el Instituto de la Juventud, el 63 por ciento de los jóvenes de entre 25 y 29 años no se ha marchado aún de la casa familiar. Pero otros muchos sí que lo hacen, y no siempre con respaldo económico. Dentro de pocos días, comienzan las universidades. La mayoría de los estudiantes harán la carrera fuera de su ciudad natal. Además, la primavera y el verano son las estaciones durante las que más bodas se celebran al año. Así que habrá padres que se enfrenten al otoño con una sensación hasta ahora desconocida: el llamado síndrome del nido vacío. Extrañeza y soledad"Hay un silencio raro", "la casa parece vacía" o "nos falta algo" serán las expresiones más habituales que dirán los progenitores, invadidos por un sentimiento de extrañeza y soledad al que no estaban acostumbrados. Los hijos se han marchado, cumpliendo su ciclo, y ellos no estaban preparados para afrontarlo, ya que han entregado gran parte de su vida adulta a criarlos. Como guinda del pastel, se crea otra situación con la que no contaban: vuelven a estar solos, sí, pero con la gran diferencia de que ya no son los mismos de antes.La fatiga física y mental, las disfunciones sexuales, la depresión, el estrés laboral y hasta la adicción al alcohol y a la nicotina son algunos de los riesgos con los que se encuentran los padres en esta nueva época de convivencia. Y aunque estos desajustes los sufre la pareja por igual, la madre vive este paso de una manera más traumática, sobre todo si es ama de casa que no ha trabajado fuera del hogar y ha construido sus días en torno a las necesidades de sus hijos. El shock para ellas es mucho más radical. Esta situación en muchos casos llega a crear crisis fuertes en la pareja y más si en su relación habían ido tapando sus carencias volcando su atención en sus vástagos. Los psicólogos animan a los matrimonios a enfrentarse al síndrome con un pensamiento positivo e incitan a ver esta marcha como una oportunidad para recuperar su independencia y su propio espacio. Es el momento de retomar las ilusiones y los proyectos en común que hasta ahora no han podido realizar. El vacío se sobrelleva buscando cómo llenar el tiempo libre con nuevas aficiones. Pero no hace falta iniciar una expedición al Everest. Basta con comenzar con algún deporte o apuntarse a clases de pintura, por ejemplo. Y ante todo, los padres deberían asumir que "los hijos han crecido y madurado como personas adultas, capaces de tener una vida independiente y con la suficiente autonomía para enfrentarse ellos solos a la vida y a las dificultades cotidianas. Al final, esto es lo que todos pretenden con la educación que les han ido dando a lo largo de la vida", explica la psicóloga Trinidad Jiménez, de la Universidad de Granada.