No, no se trata de meterles una cabeza de caballo entre las sábanas. Simplemente es que el actual entrenador del Real Madrid y el jugador colchonero han sido en la primera jornada de Liga ejemplos claros de una industria, la del ganar aunque sea jugando mal, la del maquiavélico fin justifica los medios, que hace ya años traspasó la teoría política para llegar al deporte en general y el caso español en particular. Porque a Capello es mejor no hablarle de derrotas homéricas. Él preferirá siempre una victoria pírrica. No le hables de fuegos artificiales, de gambeteos, de sutilezas. A él le basta con el cero en su portería, con ganar. Pero, ¿por qué es tan importante obtener la victoria? Casi sería lo de menos. El fútbol, como cualquier espectáculo, es un entretenimiento. El deporte estadounidense siempre ha visto claro este matiz. Un aficionado va a animar a su equipo, y quiere que gane, pero si no es es así, nada pasa. Se ha comido tres perritos calientes, bebido tres cervezas, pasado una tarde con los niños, etc. El enfoque parece más saludable. Y evita esos inexplicables llantos de los seguidores que contemplamos en las retransmisiones televisivas cada vez que se elimina de la competición a un equipo o se cae derrotado en el último minuto.Un espectador estadounidense no iría a ver a un equipo de Capello. Sí iría a ver al Barcelona de Rijkaard. ¿Importa quién gane luego la Liga? Realmente no, la única verdad es que este año unos se van a divertir y otros no.Seitaridis completa la imagen de lo que un espectador no va a ver a un campo de fútbol. Su patada alevosa, ajena a cualquier decoro, es paradigma de las que cada jornada sufren jugadores como Messi o Aimar, que pasan cada año más tiempo lesionados que jugando. Y esos son precisamente los jugadores por los que un espectador paga la entrada. ¿Quita eso el mérito a jugadores como Seitaridis? No, es un logro personal que estén donde están, pero nunca estimularán la imaginación de ningún seguidor. Corren mucho, sí, pero sólo ver parar un balón a Schuster compensaba las 150 carreras que el griego pueda pegarse en un partido. Hoy en el Atlético, salvo destellos de Torres, no hay jugador alguno por el que merezca la pena pagar una entrada. Si todo sale bien, nos dirán que han formado un gran bloque, que ha habido un gran trabajo del técnico o que el sistema defensivo cuaja. Pero hace años que en ese equipo cuesta ver un pase de 30 metros al pie o que alguien pare un balón sin caerse. Schuster se movía poco, muy poco, pero su cabeza era el lugar de donde nacían todos los sueños. Más deporte en el blog Pelotazos de www.eleconomista.es