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Economía

Moscú ofrece asesinos a 2.000 dólares

Rusia cuatriplica a EEUU en el número de homicidios. Foto: Archivo
La capital rusa ostenta un trágico récord: es la ciudad europea con mayor tasa de homicidios. Los recientes crímenes de banqueros y periodistas están relacionados con la lucha por el poder.

"¿Un asesino en Moscú? Lo puede encontrar incluso en Internet. El precio es bueno. Va de los 2.000 a los 5.000 dólares por eliminar a un pequeño comerciante. ¿Quiénes son esos asesinos? Hay muchos; entre ellos, bandidos chechenos. ¿Con qué armas eliminan a sus víctimas? Con pistolas baratas, facilísimas de encontrar en el mercado". Éste es el diagnóstico de Aleksej Mukhin, director del Centro de Información Política, organismo que se dedica al análisis de la criminalidad.

Las estadísticas lo confirman. Los sicarios y quienes contratan sus servicios se encuentran con facilidad en la capital europea donde es muy probable morir asesinado. Rusia hace gala de cuatro veces más homicidios que EEUU, pese a contar con la misma población. De ahí que no sorprendan noticias como el asesinato de una valiente periodista como Anna Politkovskaya; la muerte del vicegobernador del Banco central, Andrej Kozlov; la del director de una filial del Vneshtorgbank o la milagrosa salvación, después de sufrir heridas de kalashnikov, de un cantante. Según Mukhin, "en la criminalidad integrada en el sistema se va ampliando la de cuello blanco, mientras retrocede la tradicional. Un asesino no cuesta nada y su oferta crece".

Aprendiz de sicario

Los sicarios de 2.000 dólares son aprendices que se hacen pagar antes de realizar el trabajo y van a ver a la víctima para pedirle dinero a cambio de desvelarle el nombre del que quiso eliminarla. En cambio, "los asesinos profesionales escasean y cuestan muy caros", asegura exte experto.

Aún así, el Moscú de Putin está todavía muy lejos del de Yeltsin. Entonces se producían cientos de asesinatos al año. En 2004 se registraron 92. Eso sí, el ex fiscal general Ustinov admitió que sólo entraban a formar parte de las estadísticas una mínima parte de los delitos. Las dos terceras partes de los crímenes no salen a la luz pública.

"El secuestro -dice Andrej Rodkin, del diario Komsolskaia Pravda- ya casi no existe. Los que antes pedían rescate, ahora se han adueñado de las empresas y han entrado en el sistema". Lo demás se lo reparten los caucásicos. La droga sigue en manos de azeríes y georgianos. Los robos de coches son feudo de chechenos y los juegos de azar, de georgianos y armenios. La que los controla a todos es la policía. "No hagamos comparaciones con Occidente -matiza Gheorghij Satarov, director de la Fundación Indem-, pero la mordida está en todas partes.

"Hace cinco años, en Ekaterimburgo, una banda de traficantes de droga se sentía amenazada por la policía, que quería quitarle su lugar en el control del tráfico de estupefacientes. Al final, los gangsters denunciaron a los agentes (incluso los filmaron con heroína), que fueron procesados", explica Satarov. Y añade: "Desde entonces, la situación ha empeorado. Es imposible separar la criminalidad común de la que mantiene vinculaciones institucionales. El 70 por ciento de las empresas privadas están participadas por el poder político. La técnica de adquisición es siempre la misma: amenaza de revocar los permisos, asfixiantes controles fiscales o aplicaciones rigurosísimas de las normas. Todo termina cuando el empresario vende o acepta el socio que le es aconsejado", concluye.

¿Y si los homicidios, la violencia o la corrupción fuesen el prólogo a la doble partida electoral, parlamentaria y presidencial, que se va a celebrar en Rusia entre finales de 2007 y los primeros meses de 2008? Es una tesis sugestiva, compartida y confirmada por las recientes crónicas. Basta mirar fuera de Moscú para descubrir que, entre las lápidas más recientes, figuran muchos administradores locales, aspirantes a alcaldes.

"Todo esto es la prueba -señala el analista Nicolaj Petrov, del Centro Carnegie de Moscú- de que está terminando la estabilidad política de estos últimos años. Y el signo evidente de la falta de acuerdo de las élites sobre los mecanismos de transferencia de poder". Ante la incertidumbre, todos se lanzan a la batalla de una partida que temen pueda ser la última que juegan.

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