
Cuando la digitalización se impone a la fuerza pone contra las cuerdas las creencias que tenemos sobre cómo tienen que ser las cosas. Es un reto tremendo, porque en etapas de incertidumbre tendemos a buscar la seguridad en lo conocido, pero cuanto más nos aferramos a lo que sabemos, menos capacidad tenemos de convertir el reto en una oportunidad.
En pocos meses, la formación digital ha pasado de ser una opción residual y con un crecimiento del 7.8% anual (estudio Elearning 2017 de EAE Business School) a convertirse en una necesidad ineludible e inmediata que se ha disparado con un crecimiento en lo que llevamos de año del 900% (estudio Universidad de La Rioja).
La formación digital es efectiva y adictiva cuando, además de cambiar la pizarra por una presentación, transformamos el formato, el tono y la estructura de nuestro contenido. Porque en el aula tenemos la atención de nuestros alumnos cautiva, pero en una pantalla, competimos por su atención con todo lo que esté pasando dentro y fuera: mascotas, notificaciones, interrupciones, redes sociales...
Por eso, no es suficiente con contar cosas interesantes de forma didáctica, es imprescindible que soltemos la resistencia a cambiar más que el medio en el que nos comunicamos. Si no, estamos entrando al campo de batalla de la lucha por la atención con piedras y palos.
Lo primero que tenemos que modificar es la duración de las píldoras de contenido. Un vídeo teórico de más de 7 u 8 minutos es indigesto. De hecho, nuestros resultados después de 4 años y más de 100.000 alumnos son que a partir del minuto 3, el 70% de los alumnos deja de mirar y pasa a otra cosa.
Cuando hay interacción con los alumnos, como puede ser el caso de un directo o un webinar, la duración de la explicación teórica se puede extender hasta los 30 o 40 minutos, dejando siempre e incluso intercalando, tiempo para las preguntas.
En ambos casos, tanto cuando la comunicación es síncrona como cuando es asíncrona, tenemos que poner especial atención en la energía que ponemos para traspasar la pantalla. La creencia cultural de que para dar una imagen profesional tenemos que ser fríos, serios y distantes se ha quedado totalmente obsoleta. Hoy la profesionalidad la define el valor que aportamos y mostrar nuestra realidad personal y nuestra vulnerabilidad se ha convertido en la mejor forma de construir credibilidad.
Tenemos una oportunidad única para hacer llegar el valor de nuestro conocimiento a más personas que nunca. Lo digital nos lleva mucho más allá de lo local, es meritocrático. Cuando empezamos a transmitir lo que sabemos con transparencia,
poniendo el foco en lo que aportamos más que en lo que parecemos y lo hacemos siendo coherentes con el ritmo frenético del medio, nuestra formación digital tendrá los primeros ingredientes del éxito.
Elaborado por Izanami Martínez, antropóloga y formadora