Décadas hablando de creatividad, y últimamente de innovación, y sigue sorprendiendo la frecuencia con la que este término se mezcla, confunde o contamina con otros que, aún formando parte de su constelación de significados, son diferentes. Ni la creatividad se circunscribe únicamente al mundo del arte, ni tiene necesariamente que ver con la expresión emocional o con la necesidad de manifestar el mundo interior de las personas. La creatividad, por otro lado, tampoco es un universo oculto ni misterioso.
Una manera breve y práctica de definir lo que es creatividad es decir que es el proceso mediante el cual se combinan elementos conocidos para originar nuevas configuraciones que resuelvan problemas o necesidades. Lo que esta definición pone de manifiesto, en primer lugar, es que la creatividad no es una capacidad, ni necesariamente un talento, sino un proceso. Es decir, una técnica, un oficio o una forma de trabajar.
Lo segundo que esta definición resalta es que nadie tiene la capacidad de crear cosas completamente nuevas. El trabajo creativo es fundamentalmente una tarea de combinación, de mezcla o de reconfiguración. Es decir, de lo que se trata es de alterar o mezclar lo conocido para crear lo nuevo.
Lo último que es importante para definir este fenómeno es que el trabajo creativo lo es si realmente resuelve problemas o necesidades. En otras palabras, el resultado de la creatividad tiene que encajar dentro de un contexto. En la mayoría de los casos ese contexto está planteado por una dificultad a la que la creatividad pone fin. En otros, cuando se trata de arte, lo que hace la creatividad es resolver la necesidad del artista de expresarse. Pero en todos los casos el resultado de un trabajo creativo es una pieza que encaja dentro de un puzle previamente existente.
Desde esta perspectiva se entiende perfectamente que la creatividad es algo más cotidiano de lo que mucha gente cree y que puede existir en cualquier área del conocimiento o del arte. Y por supuesto, que es algo que se puede aprender.