A todos nos decían que era mejor estudiar un poco todos los días que enterrarse entre apuntes el día antes del examen, y sin embargo muy pocos eran capaces de cumplir este aparentemente sencillo consejo. Evidentemente ponerse a estudiar un examen cuando quedaban meses para realizarlo era difícil, porque no le veíamos el sentido. Así que siempre encontrábamos algo mejor que hacer. Muchas personas sufren este mismo tipo de problema de adultos, dejando para el último día los cálculos económicos de un proyecto, la preparación de una presentación para una reunión, la redacción de un informe o simplemente las compras de Navidad.
El cambio personal sería mucho más fácil si comprendiéramos que el esfuerzo por instalar un hábito es mucho menor que la energía que tendremos que invertir en una tarea que hemos pospuesto hasta el último momento, porque el grado de automatismo de una conducta crece con la práctica: cuanto más practicamos algo menos nos cuesta hacerlo.
La gran ventaja de estudiar todos los días no está en superar el examen en sí, sino en el hecho de adquirir el hábito de estudio. El primer día del semestre que un estudiante se pone a ello le cuesta mucho, el segundo menos, el tercero menos aún y, si logra completar un número suficiente de días, llegará un momento en el que se sentará a estudiar casi sin darse cuenta. Y esto se puede aplicar a cualquier hábito.
Cada paso que damos menos nos cuesta el siguiente.