Una de las cualidades humanas más envidiables es la fuerza de voluntad. Todos admiramos a esas personas que son capaces de madrugar, de resistir la tentación del chocolate, de correr durante kilómetros y kilómetros a pesar de que las piernas no les respondan, o de encadenar una reunión tras otra sin tomar café ni perder la concentración.
Es sorprendente, sin embargo, que la ciencia nos muestre que quien más fuerza de voluntad tiene es quien menos la ejercita. El motivo es que estas personas normalmente han usado esa capacidad para hacer algo más eficiente que intentar ganar pulsos al día a día, y es crear hábitos que le permitan soltar el volante y dejar que su conducta se conduzca prácticamente sola.
Los hábitos son pilotos automáticos de nuestro comportamiento y son imprescindibles en el cambio personal. Da igual si se trata de ponernos a repasar estados financieros todos los días a las siete de la mañana, de anotar en una agenda cada tarde los hitos más importantes del día siguiente, o de acostumbrarnos a dar un paseo después de comer. Una vez que un comportamiento se ha instalado en nuestro repertorio como un hábito no hace falta apenas recurrir a la fuerza de voluntad para llevarlo a cabo.
Los superhombres son superhombres y pueden vencer sus instintos y su inercia todos y cada uno de los minutos que dura el día. El resto de nosotros podemos confiar en la potencia de los hábitos para conducirnos de modo automático por la vida.
Es mejor construir hábitos que jugar a superhombres.