Por motivos desconocidos todos albergamos deseos de convertirnos en la mejor versión de nosotros mismos. Nos miramos en el espejo de nuestra vida y nos gustaría ser mejores jefes, comerciales más eficientes o programadores más rápidos. En la vida personal nuestra mejor versión pesa menos kilos, o bien no fuma, o es mucho más simpático. Es un gran misterio que estos anhelos estén ahí, porque sería mucho más fácil vivir sin ellos, o acaso sería mejor que no fuera tan difícil hacerlos realidad.
Pero lo cierto es que el cambio personal es un proceso complejo y nos cuesta mucho llegar a ser esa mejor versión de nosotros mismos, porque la inercia y la repetición forman parte de nuestra vida tanto como el mismo respirar. Así que hacemos planes de cambio, de mejora, de desarrollo, e incluso nos apuntamos con esperanza a cursos de formación o a gimnasios, en general para descubrir solo unos meses más tarde que seguimos siendo quienes hemos sido siempre.
Hace bien poco unos investigadores hicieron un estudio fascinante en el que preguntaron a miles de personas en qué medida consideraban que habían cambiado en los últimos diez años, mientras que a otros les preguntaron cómo pensaban que cambiarían. Cruzaron todos los datos a través de casi todas las décadas de la vida, para descubrir un hecho impactante: las personas pensamos que cambiaremos menos de lo que en realidad lo haremos.
Así que la tendencia a no movernos del sitio está grabada en nuestras venas, incluso a pesar de que la vida nos demuestra que el cambio es una constante vital.
Cuando nos planteamos cambiar el mayor enemigo somos nosotros mismos.