La forma en la que vemos los acontecimientos, y la manera en la que nos vemos nosotros mismos está altamente conectada con la realidad y la forma en que actuamos sobre ella. A menudo pensamos que no somos capaces de lograr lo que nos proponemos porque carecemos de fuerza de voluntad. Y esto es un pensamiento peligroso, porque carecer de fuerza de voluntad es algo interno, estable y global. Es un fallo de nuestra personalidad que, al menos eso creemos, ha estado siempre con nosotros. No nos libraremos de él jamás, y además afecta a todo lo que hacemos. En resumen, las tres características con las que se ha definido el pensamiento pesimista. Por el contrario, ser optimista es pensar que lo que nos pasa, bueno o malo, pero sobre todo malo, no es debido a ninguna característica nuestra que sea estable y global. Y por tanto podemos actuar sobre el entorno para cambiar las cosas.
Para mostrar de qué forma afectaba al rendimiento pensar de una u otra manera, un estudio se centró en un grupo de agentes de seguros de vida, dividiéndolos según estos dos tipos de evaluación de los acontecimientos. Pues bien, el resultado fue demoledor: los optimistas vendieron un 37% más que sus compañeros en sus primeros dos años de vida profesional.
Ser optimista nos ayuda a vender más, a hacer más, a correr más y en general a intensificar la potencia con la que nos situamos ante el cambio personal.
Y usted, ¿quiere vender un 37% más?