ECONOMÍA
Hace veinte días que Christine Lagarde comenzó su etapa al frente del Banco Central Europeo (BCE). Es la primera mujer en la presidencia del eurobanco y su elección no fue casual. En su perfil político está la razón: una baza para continuar la misión de su antecesor, Mario Draghi, de conseguir el apoyo fiscal de los Gobiernos para que la economía de la Eurozona sea cada vez más independiente de su política monetaria. Y entre todos destaca Alemania, principal economía de la zona euro y estandarte de la austeridad en la última crisis del euro. A pesar de encontrarse al filo de la recesión por ser la principal víctima de las tensiones comerciales entre EEUU y China, se mantiene reacia a activar los estímulos que el BCE desea (y los expertos ven altamente necesarios). El último dato de producto interior bruto refuerza los argumentos de Berlín para no recurrir al gasto público, por lo que la única esperanza que tiene el eurobanco es que empeore su nivel de empleo. La crisis industrial de las fábricas alemanas ha destruido ya más de 80.000 puestos de trabajo y el paro está empezando a flaquear. Pero, ¿será suficiente para convencer al Gobierno de Merkel?