Tras el desplome de Wall Street el viernes, la zona euro también nos recuerda que no está preparada para superar de forma sostenible sus máximos históricos. En una interpretación dulce, este giro brutal refleja la contradicción entre el optimismo del mercado y las mediocres ganancias de las empresas en el tercer trimestre.
Cabe recordar que, según los resultados disponibles en EEUU (hablamos de un 20% de las empresas del S&P 500), los beneficios podrían caer un 3% en el tercer trimestre frente a un crecimiento previsto del 7%... y eso hace sólo un mes. Esta decepción es suficientemente dura como para justificar cierto nerviosismo en el corto plazo.
Puede ser también que la corrección indique una creciente desconfianza en las previsiones para los próximos meses. Según Thomson Financials o Reuters Estimates, los analistas no dudan en ver una vuelta a crecimientos de los beneficios del orden del 10% a finales de 2007 y principios de 2008 en EEUU, y en una banda del 6%-8% en Europa. O, para decirlo de otra forma, los expertos siguen teniendo fe en el poder curativo de los bancos centrales y se resisten a cambiar radicalmente las expectativas de beneficios a largo plazo.
¿Y si se equivocan los analistas? No lo sabemos, pero la caída de los precios nos advierte de que el mercado no tiene todavía la información necesaria para apostar por ese escenario. Es más, no se pueden excluir más cesiones incluso si la Fed hace lo más probable y vuelve a bajar los tipos medio punto la semana que viene.
Lo irónico de la historia es que el pasado vuelve a atormentar a los inversores justamente cuando el mercado se felicitaba de haber encerrado en el armario los cadáveres de los años 1990 y 2001: tanto en 1990 como en 2001, pese a las bajadas de tipos de la Fed, Wall Street cotizaba un trimestre después del inicio de esos recortes un 10% por debajo de los niveles previos a los mismos.
Este posible paralelismo entre la debacle actual y la de entonces nos deja una mala noticia y otra buena. La mala es que podemos seguir en tierra de nadie varios meses si los inversores necesitan ese tiempo para estabilizar sus expectativas sobre 2008 y 2009. La buena es que las caídas recientes no se parecen a las de julio/agosto. La crisis del verano tenía más que ver con las inquietudes financieras que con la economía. Las caídas que vivimos ahora tienen su causa en la economía, no en el riesgo de un colapso del sistema financiero. Salvo un caso extremo de hundimiento de las expectativas de beneficios hasta terreno negativo, esto no favorece un cambio de tendencia de alcista a bajista, sino un (largo) proceso de adaptación/consolidación del mercado.