Ben Bernanke lo tiene claro: hará todo lo que esté en su mano y durante el tiempo que haga falta para afianzar la recuperación. El presidente de la Reserva Federal (Fed), el banco central de EEUU, mantiene este compromiso desde el inicio de la crisis.
Y por si había dudas, lo reafirmó hace pocos días, cuando ratificó una vez más que la posibilidad de enviar más estímulos a la economía, mediante una tercera ronda de impresión de dólares (QE3) u otro formato, "permanece totalmente sobre la mesa".
Estas palabras generaron una sensación de envidia en los oídos de no pocos europeos. En contraste con esa posición de Bernanke, las voces del Banco Central Europeo (BCE) no suenan tan sensibles con las circunstancias económicas. Más bien al contrario, puesto que la vertiente alemana de la institución, la más influyente de todas, se niega a ser tan condescendiente. Pero las comparaciones, como siempre, son odiosas, y mientras la Fed mantiene los latidos de la economía estadounidense con sus medidas, la Eurozona, con la ortodoxia por bandera, se encamina hacia la recesión.
Ampliar el punto de mira
Los distintos enfoques y, sobre todo, los distintos resultados, son los que están avivando precisamente la polémica en torno al BCE, sobre el que la sombra de la Fed cada vez es más alargada. ¿Por qué no emula a su homólogo estadounidense? Estas preguntas resuenan cada vez con más fuerza y se suman al debate abierto en la eurozona acerca de la necesidad de ampliar el prisma más allá de las políticas de austeridad.
En concreto, ¿qué es lo que se le reclama al BCE? Pues algo así como una Fed a la europea. "En el corto plazo, las medidas sólo pueden ser de emergencia: el BCE tendría que comprar toda la deuda pública que hiciera falta e incorporarla a su balance", exige el analista económico Juan Ignacio Crespo en su libro Las dos próximas recesiones.Esos cambios irían en una doble dirección. Por un lado, buscarían ampliar la misión de la entidad para situar, junto a la estabilidad de los precios, la necesidad de fomentar la creación de empleo. Y por otro, propiciar y aclarar el papel del BCE como prestamista de último recurso, es decir, como baluarte financiador cuando el crédito y los mercados se cierran no sólo para los bancos, sino también para los países. Con ambos cambios, la entidad presidida por Mario Draghi podría ser más sensible a la hora de estimular el crecimiento y más activa en la puesta en marcha de medidas menos convencionales, como la compra de bonos, para aliviar la situación de los países más expuestos a la crisis de la deuda soberana.
El 'muro' alemán
Ahora bien, decirlo y proponerlo es fácil; lo difícil es convertir esas peticiones en hechos. Sobre todo, porque para modificar la estructura actual de la institución habría que superar un muro que, en estos momentos, se antoja infranqueable: Alemania. El presidente del Bundesbank (el banco central alemán), Jens Weidmann, expuso nítidamente su posición la semana pasada. "El BCE no está para rescatar países", aseguró en referencia a que deben ser las naciones, con sus reformas, las que restauren su crecimiento y su credibilidad en los mercados. Nada que ver con Bernanke. Así es el BCE, creado a imagen y semejanza del Bundesbank... por el momento.